Nativo de Cuba y considerado la ave más pequeña del mundo, el colibrà abeja (Mellisuga helenae) mide entre 5 y 6 centÃmetros, y su peso varÃa entre 1,6 y 2,5 gramos.
La transformación del jardÃn de Hernández en un refugio para colibrÃes no fue planificada. Hace más de dos décadas, el huracán Michelle devastó su hogar en el Pantano de Zapata, el mayor pantano del Caribe. El gobierno le otorgó un terreno en Pálpite para reconstruir su vida. Sin embargo, al principio, el nuevo entorno carecÃa de aves.
Todo cambió cuando Hernández plantó un arbusto de ponasi (Hamelia patens) para dar sombra a su casa. Las flores rojas del ponasi, ricas en néctar, pronto atrajeron a los primeros colibrÃes.
«Cuando vi un ‘zunzuncito’ por primera vez, pensé que era un insecto», recuerda Hernández. Fascinado por estos diminutos visitantes, decidió plantar más ponasis, creando un hábitat ideal para los colibrÃes durante todo el año.
Hoy, el jardÃn de Hernández alberga tanto al colibrà abeja (Mellisuga helenae) como a la esmeralda de Ricord (Riccordia ricordii), una especie de colibrà un poco más grande y común en la región. Los visitantes pueden observar a estas aves mientras revolotean y se alimentan de los bebederos estratégicamente colocados por Hernández y su esposa, Juana Matos.
Los guÃas del Parque Natural Ciénaga de Zapata han sido cruciales en esta transformación, enseñando a la pareja cómo preparar una mezcla precisa de agua y azúcar para los bebederos y la importancia de mantenerlos limpios para evitar hongos.
El colibrà abeja está clasificado como «casi amenazado» por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN), con una población estimada en Cuba de entre 22,000 y 66,000 individuos. La protección y conservación de su hábitat son esenciales para su supervivencia.
Hernández recuerda que después del huracán Michelle, los colibrÃes desaparecieron debido a la falta de flores. Muchos murieron, pero la resiliencia de estos pequeños pájaros y los esfuerzos de conservación han permitido su regreso.
Aunque es imposible contar cuántos colibrÃes visitan su jardÃn diariamente, Hernández se siente orgulloso y feliz de contribuir a la preservación de la ave más pequeña del mundo. «Es una alegrÃa saber que tenemos la ave más pequeña del mundo», dice con entusiasmo.
La Casa de los ColibrÃes no solo es un refugio para estas aves, sino también un sÃmbolo de esperanza y renovación, mostrando cómo la dedicación y el amor por la naturaleza pueden crear un impacto duradero.
FUENTE: EL TIEMPO